Ahriman: El Origen del Mal

Arimán: El Rostro Primordial del Mal y los Demonios que Creamos

Existe un ser que no es simplemente un demonio, sino una entidad más antigua que el mismísimo Satanás. No es un mito de Hollywood, no es un invento de fanáticos. Este ser es la raíz misma de la maldad, una entidad oscura que ha influido en todas las culturas antiguas, las religiones y hasta en la vida de celebridades de nuestra época. Este ser tiene un nombre antiguo, Arimán, pero también es conocido como Angra Mainyu. Hoy nos adentraremos en el abismo para hablar de demonios, de su verdadera naturaleza y del poder que, sin saberlo, les hemos otorgado.

La Danza Chamánica: Ecos de una Guerra Ancestral en la Cultura Moderna

Recientemente, una película de animación se hizo mundialmente famosa, no solo por su vibrante estética y su música pegadiza, sino por el profundo folclore que tejía en su narrativa. En esta obra, vemos a un grupo de jóvenes guerreras que representan a las chamanas coreanas, luchando contra fuerzas demoníacas. Lo que muchos espectadores pasaron por alto es que su representación está anclada en una realidad espiritual muy tangible. Las armas que portan en la ficción son réplicas de herramientas rituales reales, utilizadas en el chamanismo coreano, conocido como Musok, para llevar a cabo exorcismos y eliminar entidades oscuras.

Las chamanas, llamadas Mudang, son las protagonistas de esta lucha espiritual. En la película, la batalla se libra a través de la música, de la frecuencia. Los rituales chamánicos reales a menudo involucran cantos y letanías, vibraciones diseñadas para elevar la conciencia y crear una barrera contra las influencias del bajo astral. La película representa magistralmente este concepto: nuestra propia frecuencia vibratoria es la puerta de entrada o el escudo contra estas entidades. Si nuestra frecuencia es baja, si nos hundimos en la tristeza, la vergüenza o la ira, abrimos las puertas para que estos seres se adhieran a nuestra sombra, alimentándose de ella y fomentándola.

El antagonista principal de la cinta, un demonio llamado Guima, no tiene una forma física concreta; es fuego y voz. Se alimenta de la pena y la vergüenza de uno de los protagonistas, quien hizo un pacto desesperado para escapar de la pobreza, entregando su alma a cambio de riqueza. Este pacto no requirió un ritual elaborado con sangre y velas, sino que nació de un momento de profunda desesperación y meditación, una conexión directa con esa fuerza oscura.

La película está repleta de simbolismo anclado en la tradición. Las espadas rituales como la Sanom, o los cuchillos Shinkal, son herramientas sagradas utilizadas por las Mudang para cortar lazos energéticos y expulsar demonios. Incluso aparecen otras criaturas del folclore, como los Dokaebi, seres traviesos que, aunque no son demonios en el sentido estricto, ocupan un espacio intermedio, similar a los tricksters o diablillos de otras culturas, como el Cojuelo del folclore europeo.

El agua, en esta narrativa, funciona como un portal, una idea que resuena en casi todas las culturas del mundo. Desde Latinoamérica hasta Asia, el agua ha sido vista como un conducto para lo espiritual, un velo delgado entre mundos. Elementos protectores como el tigre, un símbolo de fuerza en la cultura coreana, y la urraca, un presagio de buenas noticias, también juegan un papel crucial, demostrando que en esta cosmología existe un equilibrio, una lucha constante entre fuerzas de luz y oscuridad.

El filme es un ejemplo perfecto de cómo las verdades esotéricas se filtran en nuestro entretenimiento, presentándonos un universo donde el bien y el mal no son absolutos, sino un yin y yang en constante movimiento. En lo bueno hay algo malo y en lo malo hay algo bueno. La victoria final no se logra a través de la pureza absoluta, sino cuando cada personaje acepta tanto su luz como su oscuridad, reconociendo que para enfrentar la sombra, primero hay que ser capaz de mirarla de frente.

Más Allá del Payaso: La Verdadera Naturaleza de los Arcontes

Esta peligrosa confusión sobre la naturaleza de los demonios no es nueva. Pensamos en un panteón infernal limitado a una docena de nombres que Hollywood nos ha enseñado. Creemos que poseen gente, que se les expulsa con un exorcismo y que son el chivo expiatorio de toda la maldad humana. La realidad, o al menos la que sugieren los textos antiguos, es infinitamente más compleja y aterradora.

El ser humano, en su ego, peca de querer entenderlo todo, de querer ponerle un nombre y una caja a aquello que ni siquiera puede ver. Nuestras limitaciones biológicas, la capacidad finita de nuestro cerebro, nos impiden comprender conceptos que operan en dimensiones distintas a la nuestra. Es como intentar explicarle un cubo tridimensional a un ser que solo puede percibir un plano bidimensional. Podemos mostrarle una representación, una sombra, pero nunca comprenderá la totalidad del objeto. Con las entidades demoníacas ocurre lo mismo; solo percibimos sus sombras, sus efectos en nuestra realidad.

Tomemos como ejemplo la novela It de Stephen King. Muchos reducen a la criatura a un simple payaso que da miedo. Pero ese es solo el alimento. Pennywise, el payaso, es solo una máscara. La entidad detrás no es un demonio en el sentido tradicional. Es un arconte.

En los textos gnósticos, los arcontes son seres inorgánicos, depredadores interdimensionales que se alimentan de la energía emocional humana, especialmente del miedo y el sufrimiento. En la novela de King, esta criatura llegó del espacio exterior hace millones de años. Es una forma de vida tan ajena que no puede morir porque, desde nuestra perspectiva, nunca comenzó a vivir. Su propósito no es matar rápidamente, sino prolongar el terror para cosechar la mayor cantidad de energía posible. Su mera presencia corrompe la realidad a su alrededor, volviendo a los adultos indiferentes ante el sufrimiento de los niños, desequilibrando la balanza cósmica hacia la oscuridad. Stephen King no inventó esto de la nada; bebió de fuentes antiguas, de la misma sabiduría que nos advierte sobre estas presencias.

Esto nos lleva a una pregunta fundamental: si existían demonios antes de la figura de Satanás, ¿cuál fue el primero? ¿Quién fue el primer arconte que llegó a nuestra realidad?

Los Primeros en la Oscuridad: Apep, Lamashtu y el Espíritu Maligno

La historia registra al menos tres candidatos principales al título del primer demonio. Curiosamente, si estudiamos la naturaleza de estas entidades, parece que el más astuto de ellos colocó a los otros dos como señuelos para ocultar su propia llegada.

El primero es Apep, también conocido como Apofis, del Antiguo Egipto. Su culto se remonta a casi 5,000 años. En los Textos de las Pirámides y más tarde en el Libro de los Muertos, Apep es descrito como una colosal serpiente que habita en el inframundo, el Duat. Su único propósito no era gobernar, sino destruir el orden cósmico, desequilibrar la balanza de Ma’at hacia el caos. La mitología cuenta que cada noche intentaba devorar la barca solar de Ra, sumiendo al mundo en la oscuridad eterna. Su presencia era tan maligna que se decía que hacía hervir los ríos, cocinando a los peces con solo su cercanía.

La segunda candidata es una figura femenina, la demonia sumeria Lamashtu. Si Apep representaba el caos cósmico, Lamashtu era la encarnación del cese de la vida. Su sola presencia, según las tablillas cuneiformes, interrumpía los embarazos, causaba la muerte de los recién nacidos, traía enfermedades a jóvenes y adultos e infestaba los sueños, convirtiéndolos en pesadillas. Ella no buscaba el desequilibrio, ella era la antítesis de la vida misma, una fuerza de aniquilación a nivel personal y biológico.

Sin embargo, hay una entidad que precede a estas dos, una fuerza cuya esencia es la maldad misma. Tiene dos nombres principales: Angra Mainyu o, en persa medio, Arimán.

Arimán, según el zoroastrismo, la antigua religión persa, no es un demonio más; es el espíritu de la destrucción, el adversario directo del dios supremo y creador, Ahura Mazda. Es el jefe de los daevas, los demonios, y es conocido como el demonio de los demonios. Si algo teme un demonio, es a Arimán. Su objetivo no es coleccionar almas ni hacer pactos por poder. Su meta es mucho más terrible: convertir toda la realidad en un infierno, convencer a cada ser de destruir su propia alma desde dentro. Es la oposición a todo lo benéfico, el origen conceptual de todo mal.

Desmontando al Diablo: La Confusión entre Lucifer y Satanás

La figura del Diablo, tal como la conocemos, es en gran medida una construcción, un amalgama de conceptos que originalmente eran distintos. La gente comúnmente cree que Lucifer y Satanás son el mismo ser, pero esto es un error forjado a lo largo de los siglos.

La palabra Lucifer apenas aparece en la Biblia. La única mención, y no en todas las traducciones, se encuentra en Isaías 14:12: ¿Cómo caíste del cielo, oh Lucero, hijo de la mañana?. El texto original se refiere a un rey caído de Babilonia, a quien se le llamaba «Lucero del alba» (el planeta Venus) como un título de poder. Isaías simplemente se burla de su caída, una mofa política hacia un enemigo de Israel. No se refiere a un ángel caído ni a una entidad demoníaca.

La historia del ángel que se rebeló contra Dios y fue arrojado del cielo proviene en gran parte de interpretaciones posteriores, especialmente durante el Medievo. Como la mayoría de la gente no sabía leer, la doctrina se transmitía a través de pinturas y representaciones artísticas, que solidificaron esta imagen del ángel caído llamado Lucifer.

Irónicamente, el término «Estrella de la Mañana» o «Lucero del alba» se usa en el Nuevo Testamento para referirse a Cristo. En 2 Pedro 1:19, se dice: …hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones. Más explícitamente, en Apocalipsis 22:16, el propio Jesús se proclama: Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana.

Aquí, la estrella de la mañana simboliza un nuevo amanecer, el que trae el conocimiento tras la noche de la ignorancia. Lucifer, etimológicamente, significa «portador de luz». Y la luz, en el esoterismo, es sinónimo de conocimiento. Este arquetipo del portador de conocimiento no es exclusivo del cristianismo. En la mitología griega, el titán Prometeo roba el fuego (la luz, el conocimiento) de los dioses para entregárselo a la humanidad, siendo castigado por ello. La Estatua de la Libertad en Nueva York sostiene la antorcha de Prometeo, un símbolo de que el conocimiento nos hace libres.

Ahora, ¿de dónde viene Satanás? La palabra original en el Antiguo Testamento es Ha-Satan, que no es un nombre propio, sino un título que significa «el adversario» o «el acusador». En el Libro de Job, Ha-Satan es parte de la corte celestial de Dios. Actúa como una especie de fiscal, cuestionando la lealtad de Job y proponiendo una prueba. No es un enemigo de Dios, sino una función dentro de su plan. Fue en la traducción al latín donde Ha-Satan se convirtió en el nombre propio «Satanás», y se le empezó a dar una identidad maligna e independiente.

Incluso Belcebú, el Señor de las Moscas, tiene un origen similar. Su nombre es una corrupción deliberada del nombre de un dios cananeo, Baal Zebul, que significaba «Señor de las Alturas», un dios de la fertilidad y la lluvia. Los israelitas, para burlarse de las creencias de sus vecinos, cambiaron Zebul (alturas) por Zebub (moscas), convirtiendo a un dios protector en un demonio.

Lo que vemos es un patrón claro: conceptos, deidades paganas y títulos funcionales fueron demonizados y fusionados para crear una única figura del mal. ¿Con qué propósito? Para castigar el cuestionamiento. Lucifer, el portador del conocimiento, y Satanás, el adversario que cuestiona, se unieron en una sola figura para que la humanidad temiera preguntar, temiera saber. El pecado de ciencia era real; conocer era un acto de rebeldía contra el dogma.

La Sombra de Dios: Un Creador Dual

Si analizamos los textos bíblicos con una mirada crítica, sin el velo del dogma, encontramos un retrato de Dios que es, como mínimo, perturbador. No es la figura de bondad absoluta que se nos ha presentado.

En Isaías 45:7, el propio Dios declara: Yo formo la luz y creo las tinieblas, hago la paz y creo el mal. Yo, el Señor, hago todo esto. Esta es una admisión directa de dualidad, de ser la fuente tanto del bien como del mal.

En Génesis 6:6, leemos: Y se arrepintió Dios de haber hecho al hombre en la tierra, y le pesó en su corazón. Un ser omnisciente no se arrepiente, porque conocería el resultado de antemano. Este es un Dios que comete errores. Y su reacción a ese error es genocida: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado… pues me arrepiento de haberlos hecho.

Más adelante, en el Jardín del Edén, después de que Adán y Eva comen del fruto del conocimiento, se esconden de Dios. Y Dios, el ser que todo lo ve, pregunta: ¿Dónde estás?. No los encontraba.

Durante el Éxodo, la Biblia afirma repetidamente que Dios endureció el corazón del faraón para que no dejara ir a los israelitas. En otras palabras, Dios mismo provocó la terquedad del faraón para tener una excusa para desatar su poder y las plagas, culminando en la matanza de todos los primogénitos de Egipto. Él creó el conflicto para justificar la violencia.

Frente a estas escrituras, pensadores gnósticos y psicólogos como Carl Jung han propuesto una idea radical: ¿Y si el Diablo no es una entidad separada, sino la sombra reprimida de Dios? Si Dios nos hizo a su imagen y semejanza, y nosotros somos seres duales con luz y oscuridad, ¿no tendría sentido que nuestro creador también lo fuera? La conversación entre Dios y Ha-Satan sobre Job podría no haber sido un diálogo con otro ser, sino un monólogo interno de Dios con su propia sombra, con su propia duda.

El primer compilador de la Biblia cristiana, Marción de Sinope en el siglo II, llegó a una conclusión aún más extrema. Al leer los textos del Antiguo Testamento, declaró que ese dios vengativo, celoso y violento no podía ser el Padre amoroso del que hablaba Jesús. Propuso que eran dos dioses distintos: el Demiurgo del Antiguo Testamento, un dios menor y malvado, y el verdadero Dios de la compasión revelado por Cristo. Por estas ideas, Marción fue declarado hereje y su obra fue destruida.

Quizás no adoramos a un ser de pura luz, sino a una entidad compleja y dual, y hemos elegido ignorar su mitad oscura.

El Experimento Philip: El Poder de Crear Fantasmas

Si los demonios no son como los describe la teología tradicional, ¿qué son entonces? Una posible respuesta es tan fascinante como aterradora: son creaciones nuestras.

En 1972, en Toronto, un grupo de parapsicólogos llevó a cabo un experimento revolucionario conocido como «El Experimento Philip». Su hipótesis era que los fantasmas y poltergeists no eran necesariamente los espíritus de los muertos, sino manifestaciones de la energía psíquica colectiva de los vivos. Para probarlo, decidieron inventar un fantasma desde cero.

Crearon la historia de Philip Aylesford, un aristócrata inglés del siglo XVII, con una vida detallada: un amorío prohibido con una gitana llamada Dorotea, una esposa celosa que la acusa de brujería, y la trágica muerte de Philip por remordimiento. Cada detalle de su vida fue cuidadosamente elaborado. Philip nunca existió.

Luego, el grupo comenzó a realizar sesiones espiritistas para contactarlo. Al principio, no pasó nada. Pero cambiaron de táctica; en lugar de una meditación solemne, crearon un ambiente más relajado, como si estuvieran contando historias de fantasmas alrededor de una fogata. Hablaban de Philip, le cantaban canciones que, según su historia, le gustaban, y lo trataban como a una presencia real.

Entonces, lo imposible sucedió.

La mesa bajo sus manos comenzó a vibrar. Recibieron golpes en respuesta a sus preguntas, un golpe para «sí», dos para «no». Philip, el fantasma inventado, respondía correctamente a preguntas sobre su vida ficticia. La mesa se movía, se deslizaba por el suelo e incluso se levantaba sobre una sola pata, desafiando la gravedad. La temperatura de la habitación bajaba y se manifestaban luces extrañas. El grupo había creado un poltergeist a través de su creencia y enfoque colectivo.

El Experimento Philip demostró algo fundamental: si le damos una máscara, un nombre y una historia a una energía, algo o alguien se pondrá esa máscara. La conciencia humana tiene el poder de dar forma a la realidad, de crear tulpas, entidades de pensamiento que pueden actuar de forma independiente.

Ahora, apliquemos esto a los demonios. ¿Qué pasa si Lucifer, Satanás, Belcebú, e incluso el primordial Arimán, no eran entidades preexistentes, sino máscaras que la humanidad forjó a lo largo de milenios? Observamos la oscuridad en el mundo y en nosotros mismos: la enfermedad, la violencia, la traición, el odio. Y para comprenderla, para externalizarla, le dimos un nombre, una historia, un rostro. Alimentamos esa forma de pensamiento con nuestro miedo, con nuestros rituales, con nuestras historias, generación tras generación, hasta que la máscara cobró vida propia. Fuimos nosotros quienes, en nuestro intento de explicar el mal, le dimos el poder de existir.

Contratos de Sangre y Alma: La Realidad de los Pactos

La idea de pactar con el diablo es un arquetipo universal. Es la promesa de un atajo hacia el poder, la riqueza o el conocimiento, a cambio de un precio terrible. Estas no son solo leyendas; son historias que persisten con una fuerza inquietante, ancladas en testimonios y evidencias físicas que desafían la explicación.

La mitología persa nos cuenta la historia de Sahak, un príncipe con una ambición impaciente. Arimán, el espíritu maligno, vio esta fisura en su alma y se le apareció disfrazado de consejero sabio, susurrándole al oído: El poder no se hereda, se toma. Impulsado por esta idea, Sahak asesinó a su padre y se convirtió en rey. Arimán, complacido, tomó la forma de un chef y, como recompensa por sus servicios, pidió el honor de besar los hombros del nuevo rey. En el instante en que sus labios tocaron la piel de Sahak, dos serpientes negras brotaron de sus hombros. Desesperado, el rey las cortó, pero crecieron de nuevo, más feroces y hambrientas. La única forma de saciarlas era alimentándolas con los cerebros de sus súbditos. Arimán no lo obligó a nada; solo lo engañó, y Sahak tomó cada decisión por sí mismo, convirtiéndose en un monstruo.

Esta dinámica se repite en innumerables relatos. Jonathan Moulton, un héroe de guerra europeo, supuestamente hizo un pacto por riqueza. Dejaba su bota junto a la chimenea cada noche y a la mañana siguiente aparecía llena de monedas de oro. Creyéndose más listo, hizo un agujero en la suela de la bota para que nunca se llenara y el diablo tuviera que verter oro infinitamente. La entidad se dio cuenta del engaño y quemó su casa hasta los cimientos. Cuando Moulton murió, su ataúd fue encontrado vacío, con solo una moneda marcada con un extraño símbolo en su interior.

En tiempos más recientes, en Guayaquil, Ecuador, el expresidente Víctor Emilio Estrada, de quien se decía que había hecho un pacto, ordenó que su ataúd fuera recubierto de cobre, un metal aislante, en un intento de evitar que su alma fuera reclamada. La creencia de que se puede burlar a estas entidades es una constante en la arrogancia humana.

Quizás el caso más tangible y accesible es el de Martín Busca Villanova en el cementerio de Playa Ancha, en Chile. Busca, un español que amasó una fortuna inexplicable, diseñó su propio mausoleo con una peculiaridad: su ataúd no toca el suelo. Está suspendido en el aire, sostenido por cuatro estatuas de leones con seis dedos cada una. La leyenda dice que mientras no toque la tierra, el territorio del diablo, su alma no podrá ser reclamada. Hoy en día, su tumba es un lugar de peregrinación para practicantes de brujería, quienes le dejan ofrendas y le piden favores, creyendo que se ha convertido en un poderoso intermediario, un espíritu vinculado a la oscuridad.

En Catemaco, Veracruz, la cuna de la brujería en México, persiste la historia de un hombre que, en un arrebato de desesperación etílica, hizo un pacto en la legendaria Cueva del Diablo. La entidad no le pidió su alma, sino huesos. El hombre comenzó a sacrificar animales y su riqueza creció. Luego, su novia desapareció, y él apareció con una mujer más joven y hermosa. Dejaron de desaparecer animales, pero la gente empezó a notar un patrón más siniestro. Una noche, borracho, confesó su pacto. Poco después, fue encontrado muerto en su casa, su cuerpo putrefacto como si hubiera muerto de puro terror. Durante su velorio, las puertas se abrieron de golpe, un viento helado apagó todas las velas y, al volver la luz, el ataúd estaba abierto y vacío. Su cuerpo nunca fue encontrado.

En cada una de estas historias, el pacto se cumple, y el precio siempre se paga. El cuerpo desaparece, se encuentra en posiciones antinaturales, o la tumba misma se convierte en un faro de energía oscura. El que hace el pacto se convierte, a su vez, en publicista de la entidad, un testimonio viviente de su poder, tentando a otros desesperados a seguir sus pasos en un ciclo sin fin.

La magia es real. El poder del pensamiento, de la creencia enfocada, puede doblegar la realidad. La pregunta no es si existen los demonios, sino qué cara de la oscuridad estamos eligiendo alimentar. Cada pensamiento de odio, cada deseo de venganza, cada acto de egoísmo, es una ofrenda a esa fuerza que llamamos mal. Ya sea una entidad primordial como Arimán o un constructo nacido de nuestra propia psique colectiva, se alimenta de lo mismo.

No necesitamos pactar con nadie. La solución no es buscar atajos en la oscuridad, sino encender una luz en nuestra propia dualidad. Reconocer nuestra sombra, comprenderla, pero elegir conscientemente actuar desde la luz. La batalla contra Angra Mainyu no se libra en planos astrales lejanos, sino en el campo de batalla de nuestra propia mente, con cada decisión que tomamos, cada día. El misterio más grande no es si el diablo existe, sino darnos cuenta de que hemos tenido el poder de crearlo, y por lo tanto, también tenemos el poder de dejar de alimentarlo.

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *