Europa en la cuerda floja: Terror, crimen y el análisis de José Félix Ramajo

Confesiones desde el Abismo: Un Viaje a las Sombras que Moldean Nuestro Mundo

Vivimos en una era de certezas prefabricadas y verdades edulcoradas. Nos movemos por un escenario que creemos conocer, cuyas reglas asumimos como dadas. Pero más allá de los focos de la normalidad, en los rincones oscuros donde las noticias no llegan y las cámaras no enfocan, se libra una batalla silenciosa que define el futuro de nuestra civilización. Hay hombres que han caminado por esas sombras, que han negociado en el filo de la navaja y han visto el verdadero rostro del poder, la violencia y la decadencia. Hombres como José Félix Rabajo, cuya vida es un testimonio de que el mundo real es mucho más complejo y brutal de lo que nos atrevemos a imaginar.

Su historia no es la de un académico ni la de un político. Es la de un hombre forjado a sí mismo, que pasó de la formación profesional en mecánica a convertirse en uno de los primeros escoltas en el País Vasco durante los años de plomo de ETA. Un camino que lo llevaría lejos de España, a un exilio voluntario de veinte años en las zonas más peligrosas del planeta, lugares donde la vida humana tiene un precio y la ley es dictada por el más fuerte. Desde las selvas centroamericanas hasta los desiertos de Oriente Medio, su trayectoria es un mapa de los puntos calientes del globo, un manual de supervivencia en el infierno. Hoy, de vuelta en España, observa con la mirada afilada de quien ha visto el colapso de cerca, y su diagnóstico es tan lúcido como aterrador: se vienen tiempos muy oscuros.

Este no es un relato sobre ovnis o fenómenos paranormales, sino sobre un misterio mucho más tangible y urgente: el de las fuerzas invisibles que están pudriendo los cimientos de nuestra sociedad. Es un descenso a las entrañas del narcotráfico, de la geopolítica sin máscaras, del choque de civilizaciones que ya no ocurre en tierras lejanas, sino a la puerta de nuestra casa. Es la crónica de un mundo que se desmorona mientras la mayoría prefiere mirar hacia otro lado.

El Espejismo del Paraíso: Cuando el Infierno se Viste de Resort

La mente occidental asocia ciertos nombres con el paraíso: Cancún, el Caribe, playas de arena blanca y aguas turquesas. Compramos un paquete turístico y, durante siete o quince días, vivimos en una burbuja de lujo y despreocupación. Nos recogen en el aeropuerto, nos trasladan en un autobús climatizado y nos encierran en un hotel de cinco estrellas que nos provee de todo. La ilusión es perfecta, siempre y cuando no se nos ocurra cruzar los muros del resort.

José Félix Rabajo conoció la otra cara de esa postal. No fue a México a tomar el sol, sino a sumergirse en la guerra que se libra detrás de los cócteles y las sombrillas. Su misión: negociar cara a cara con un cártel el llamado impuesto de piso, una extorsión que una gran multinacional hotelera española se veía obligada a pagar para seguir operando. En esa mesa no se sentaron los directivos de corbata. Ellos sabían que, para hablar con los señores de la guerra, se necesita un lenguaje diferente, uno que no se aprende en las escuelas de negocios.

Cuando alguien como Rabajo se sienta en una mesa de negociación con el Cártel de Jalisco Nueva Generación, la dinámica del poder cambia drásticamente. No importa su formación académica; no tiene un doctorado ni una carrera universitaria. Su única credencial, la única que vale en ese mundo, es una convicción inquebrantable y la capacidad de mirar a los ojos a la muerte sin pestañear. Él lo resume con una crudeza elocuente: cuando estaba sentado en esa mesa, era porque ellos necesitaban que estuviera allí. Y eso solo significaba una cosa: tenía más pelotas que ellos. Esa era su ventaja, su única baza en un juego donde un error no se paga con el despido, sino con la desaparición.

El riesgo era absoluto. Sabía que no lo matarían de entrada, pues necesitaban un mediador. El objetivo inicial era negociar. Pero el verdadero peligro acechaba en la respuesta, en el tono, en un gesto mal interpretado. Un no rotundo podía significar un secuestro, una paliza brutal o, en el mejor de los casos, volver a casa sin algunos dedos. Era el precio de hacer su trabajo, un trabajo para el que le pagaban precisamente porque nadie más se atrevía a hacerlo.

Esta realidad brutal no es una excepción, sino la norma en muchos de esos destinos idílicos que pueblan nuestros sueños vacacionales. Los tiroteos en Playa del Carmen, en Tulum o en la propia zona hotelera de Cancún ya no son sucesos aislados, sino el recordatorio constante de que el paraíso es una fachada. Se puede matar a un vendedor ambulante en la playa, a plena luz del día, frente a turistas aterrorizados. La guerra está ahí, a pocos metros de la toalla y la crema solar. Salir del hotel con espíritu aventurero puede ser el último error de tu vida.

Su experiencia en Centroamérica fue aún más cruda. En Honduras, un país devorado por la violencia de las maras, su trabajo y su vinculación con los gobiernos le granjearon enemigos poderosos. Intentaron matarlo en tres ocasiones. Sobrevivió no por suerte, sino porque sus atacantes, aunque imbuidos de una crueldad inimaginable, carecían de profesionalidad. Eran asesinos de medio pelo, niños de doce años a los que les producía placer matar, que lo harían gratis solo por ver el miedo en los ojos de sus víctimas. Es una mentalidad forjada en el odio, la miseria y la ausencia total de futuro. Una mentalidad que, advierte, está empezando a echar raíces en nuestras propias ciudades.

La Forja de Israel: Aprendiendo el Lenguaje de las Sombras

Para enfrentarse a los monstruos, primero hay que entender cómo piensan. Y para ello, Rabajo buscó el conocimiento en uno de los lugares más complejos y letales del planeta: Israel. Tras formarse por toda Europa con veteranos de unidades de élite como el SAS británico, sintió que necesitaba ir un paso más allá. Fue allí, en la International Security Academy, donde encontró lo que buscaba. Todo lo que aprendió en Israel, afirma, fue la base de su éxito y supervivencia durante las siguientes dos décadas.

El curso no era un simple entrenamiento. Era una inmersión de cuatro meses en el corazón de la doctrina de seguridad israelí, un programa para convertirse en instructor en zonas de alto riesgo que costaba más de 70.000 euros. No se trataba solo de aprender a disparar o a conducir de forma evasiva. El verdadero valor de esa formación residía en lo intangible, en lo que no se enseña en otros lugares: inteligencia, contrainteligencia, espionaje y contraespionaje. Se trataba de aprender a manejar la información, a leer el entorno, a anticiparse a la amenaza antes de que se materialice.

El general que dirigía la academia, una figura paterna para él, lo dejó claro desde el primer día: allí los diplomas no se regalaban, se ganaban. De su promoción internacional, que incluía a un Ranger de Texas y a policías de Sudáfrica y Noruega, solo él consiguió el diploma de instructor. Los demás recibieron un certificado de asistencia. La exigencia era máxima porque cada graduado se convertía en un embajador de sus protocolos en el exterior. Un fracaso de uno de ellos era un fracaso para la academia.

Mucha gente cree que el mero hecho de ser israelí te convierte en el mejor, pero Rabajo matiza esta idea. España, asegura, tiene instructores de un nivel excepcional en muchas áreas. Sin embargo, Israel posee algo que nadie más puede ofrecer: una marca, un sello de calidad forjado en décadas de conflicto existencial. Vender seguridad como español no es lo mismo que vender seguridad con protocolos israelíes. Detrás de ese nombre hay un merchandising, un aval de eficacia y dureza que abre todas las puertas. Ese fue su negocio, la llave que le permitió asesorar a dos presidentes centroamericanos y dirigir operaciones de alta complejidad.

El sistema israelí no es infalible. Ellos mismos han sufrido fallos catastróficos, como el asesinato de Isaac Rabin o la masacre del 7 de octubre de 2023. Pero su fortaleza radica en su capacidad para aprender, adaptarse y modificar constantemente sus sistemas. Es una mentalidad de asedio permanente, la conciencia de que un solo error puede significar la aniquilación. Y es esa mentalidad, esa forma de entender el mundo como un tablero de ajedrez donde cada movimiento es crucial, lo que le proporcionó las herramientas para sobrevivir donde otros perecieron.

Occidente Narcotizado: El Lento Despertar de una Civilización Dormida

Tras dos décadas sumergido en el caos, el regreso de José Félix Rabajo a España le ofreció una perspectiva desoladora. Se encontró con una sociedad que, en sus propias palabras, lleva décadas narcotizada. Una anestesia colectiva administrada desde las altas esferas de poder, especialmente desde una Unión Europea dirigida por una élite burocrática que, desde Bruselas, dicta políticas errantes que solo complican la vida del ciudadano común.

Esta narcotización se manifiesta en una apatía generalizada. La gente vive cómoda en su burbuja, en su zona de confort. La rutina es sagrada: ir a trabajar, cobrar un sueldo, evitar problemas, disfrutar del fin de semana y de las vacaciones de verano. No quieren saber nada de política, ni de conflictos, ni de las amenazas que crecen a su alrededor. Es la distopía perfecta de una sociedad que ha delegado su responsabilidad y su instinto de supervivencia en el Estado.

El problema, señala, es que la realidad es tozuda y siempre acaba por reventar la burbuja. Esa misma gente que solo quiere vivir tranquila es la que ahora está sufriendo en sus carnes la creciente inseguridad en las calles. Mientras el gobierno de turno presenta estadísticas maquilladas que hablan de un descenso de la delincuencia, la verdad es mucho más siniestra. Puede que los hurtos en supermercados hayan bajado, pero las violaciones con penetración han aumentado un 276% desde 2017. Los homicidios dolosos, las tentativas de asesinato, las peleas tumultuarias y las agresiones a las fuerzas de seguridad no dejan de crecer. Comparar el robo de un producto en un supermercado con la violación de una mujer para declarar un descenso de la criminalidad no es solo una manipulación estadística, es una perversión moral.

Esta decadencia tiene su máxima expresión en el fenómeno de la ocupación ilegal. Que un delincuente pueda arrebatarte tu propiedad, el fruto de tu trabajo, y que el sistema legal lo proteja, es un síntoma de una enfermedad social muy profunda. Es la aniquilación del principio básico de la libertad: la propiedad privada. Rabajo lo vivió en primera persona. Durante la pandemia, mientras se encontraba atrapado en la República Dominicana, su casa en España fue ocupada. Su madre le avisó, y en cuanto pudo volar de regreso, actuó.

Desoyendo los consejos de sus amigos policías, que le advirtieron que una denuncia lo enredaría en un proceso judicial de años, decidió tomarse la justicia por su mano. A las tres de la mañana, saltó la valla de su propia casa, forzó una entrada que conocía y se encontró al ocupa durmiendo en un colchón en el suelo. Lo que siguió fue rápido y contundente. Aplicó una técnica de estrangulamiento, el mataleón, hasta dejarlo inconsciente. El miedo del intruso fue tal que se orinó encima. Cuando lo despertó, el mensaje fue claro y conciso: tienes dos minutos para salir de mi casa o no volverás a despertar en tu vida. El ocupa huyó en calzoncillos, descalzo, con las zapatillas en una mano y el móvil en la otra.

Él es consciente de que no todo el mundo puede ni debe hacer lo que él hizo. Pero su acción plantea una pregunta fundamental: ¿por qué un ciudadano tiene que recurrir a la violencia para defender lo que es suyo? ¿Por qué el Estado, que debería protegerlo, se ha convertido en un obstáculo? La respuesta, según él, reside en la ideología de ciertos partidos que han llegado al poder, una ideología que desprecia la propiedad y romantiza la delincuencia bajo un falso manto de justicia social. No existe nadie en este planeta, afirma con una convicción gélida, que pueda quitarle algo que es suyo sin que todo acabe mal. Acabe como tenga que acabar.

Las Venas Abiertas del Estrecho: Droga, Corrupción y Silencios Cómplices

Si hay un cáncer que pudre una nación desde dentro, ese es el narcotráfico. El terrorismo puede destruir, pero la droga corrompe, descompone el tejido social y convierte regiones enteras en feudos de miseria, violencia y anarquía. México es el ejemplo paradigmático, y España, advierte Rabajo, está siguiendo un camino peligrosamente similar, especialmente en el sur.

Su experiencia a bordo de una patrullera del Servicio de Vigilancia Aduanera en el Estrecho de Gibraltar fue una revelación de la cruda realidad de esta guerra. En la oscuridad de la noche, presenció en directo una persecución a una narcolancha. La imagen era dantesca: la potente motora de los agentes saltando sobre las olas a 40 nudos, persiguiendo a una embarcación fantasma cargada de droga. Los agentes, sin apenas medidas de seguridad, se jugaban la vida intentando detener lo indetenible.

Y es que, en la práctica, no tienen medios para parar a una narcolancha. La única esperanza es que el piloto cometa un error, que el motor falle o que se queden sin combustible. De lo contrario, la persecución es un ejercicio de frustración. Los narcotraficantes lo saben, y han desarrollado una táctica de una crueldad inhumana. Cuando transportan alijos valiosos, especialmente cocaína, meten en la lancha a cuatro o cinco inmigrantes ilegales. Si una patrullera se acerca, los tiran por la borda. La ley del mar obliga a la Guardia Civil o a Vigilancia Aduanera a detener la persecución para rescatar a los náufragos. Es un chantaje vil que les da el tiempo necesario para escapar. La vida de un inmigrante desesperado es el precio que pagan para salvar un cargamento que, en el caso de la cocaína, puede valer 35 millones de euros.

Pero el misterio más profundo no está en el mar, sino en los despachos. Entre 2018 y 2022, la Guardia Civil creó OCON-Sur, la mejor unidad contra la droga de la historia de España. Bajo el mando del teniente coronel Oliva, lograron más de 13.000 detenciones y la incautación de miles de toneladas de droga. Fue un éxito sin precedentes. Y entonces, de la noche a la mañana, el gobierno decidió desmantelarla. Sin explicaciones.

Lo que siguió fue una campaña de desprestigio contra sus mandos, a los que intentaron implicar en tramas de corrupción con informes policiales que posteriormente se demostraron falsos. Un comisario de la Policía Nacional está hoy imputado por falsedad documental en relación con este caso. La pregunta es inevitable y resuena con ecos de conspiración: ¿a quién molestaba la unidad más eficaz en la lucha contra el narcotráfico? ¿Qué intereses ocultos se vieron amenazados por su éxito? Rabajo no da una respuesta, pero la insinuación es clara: hay otros motivos que no interesa que se sepan. Motivos que apuntan a una podredumbre que llega muy alto.

El Choque Inevitable: Mentalidades en Colisión

La crisis migratoria es, quizás, el frente más visible y polémico de los cambios que está experimentando Europa. Pero más allá del debate político, lo que realmente preocupa a Rabajo es el choque invisible de mentalidades, la colisión de cosmovisiones que son, en muchos casos, irreconciliables.

Un suceso reciente ilustra esta brecha de una forma escalofriante. Hace unos días, se rescató un cayuco a 100 millas de las costas de Marruecos. De las 280 personas que partieron, faltaban más de 70. No se habían caído por la borda. Habían sido asesinados por sus propios compañeros de viaje. La razón: brujería. Un grupo de 16 africanos, convencidos de que otros pasajeros les habían echado el mal de ojo y estaban impidiendo que la barca llegara a su destino, decidieron tomarse la justicia por su mano. Mataron a 70 personas y las arrojaron al mar para librarse del supuesto hechizo.

Imaginen por un momento la implicación de este hecho. Sin que nadie lo sepa, se introducen en el país 16 individuos para quienes la vida humana vale menos que una superstición. Su marco mental, su forma de procesar la realidad, no tiene nada que ver con el nuestro. Vienen de países como Níger, Mali o Burkina Faso, naciones rotas por décadas de guerra, donde muchos de ellos, sin duda, han matado y han visto matar desde niños. Traen consigo una dureza y una visión del mundo que la sociedad occidental, con su mentalidad de «Teletubby», es incapaz de comprender.

Nosotros vivimos en un mundo donde no concebimos que alguien pueda entrar en tu casa, decirte que te vayas y que dejes a tu hija porque le gusta, y que si no lo haces, te matarán a ti y a toda tu familia. Eso, que a nosotros nos parece el guion de una película de terror, es la realidad cotidiana en lugares como Honduras o El Salvador, donde las maras imponen su ley. La gente que huye de ese horror llega a Europa con cicatrices psicológicas profundas y un instinto de supervivencia exacerbado que choca frontalmente con nuestra sociedad anestesiada.

Esta diferencia de mentalidades explica también por qué los cárteles mexicanos reclutan a sus sicarios entre los inmigrantes centroamericanos varados en la frontera. Son personas que lo han perdido todo, que no tienen arraigo ni nada que perder. Por 500 dólares, matan a quien sea. Es la mano de obra desesperada y brutalizada que nutre a las organizaciones criminales. Lo mismo ocurre en la República Dominicana, donde los sicarios suelen ser haitianos, gente que viene del infierno en la tierra y que no siente ningún vínculo con la sociedad que los desprecia.

Rabajo observa cómo muchos de los que llegan a Europa, en lugar de integrarse, se obsesionan con implantar aquí los mismos sistemas de los que huyeron, generando un cortocircuito cultural. Y se pregunta, con una lógica aplastante: ¿nos permitirían a los cristianos celebrar una procesión de Semana Santa en las calles de Casablanca o Tánger? La tolerancia, cuando es unidireccional, no es tolerancia, es sumisión.

El Futuro que Nos Espera

La suma de todos estos factores —una sociedad apática, la corrupción sistémica alimentada por el narcotráfico, y un choque cultural sin precedentes— dibuja un panorama sombrío para el futuro de España y de Europa. La pregunta final es inevitable: ¿cómo seremos en veinte años?

La respuesta de José Félix Rabajo es un mazazo, desprovista de cualquier optimismo. A este ritmo, la civilización que conocemos estará destruida. Quedaremos unos pocos, una minoría consciente de la amenaza, que tendremos que luchar por nuestra supervivencia y la de nuestras familias. Ya no lo hace por él, sino por el futuro de su hijo de 22 años, para que pueda vivir en un país tranquilo y seguro.

Es una visión apocalíptica, pero es la conclusión lógica de quien ha pasado su vida mirando al abismo. Ha visto caer sociedades, ha visto cómo la barbarie devora a la civilización cuando esta se debilita y pierde la voluntad de defenderse. Su testimonio es un grito de alarma, una advertencia de que las sombras que vio en los confines del mundo ya se proyectan sobre nosotros. Y mientras la mayoría sigue durmiendo, narcotizada por el confort y el entretenimiento, el misterio de nuestro futuro se resuelve en una única y terrible certeza: la tormenta ya está aquí.

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