Houdini: ¿Ilusionista, espía… y víctima de un complot?

La Vida Secreta de Harry Houdini: Más Allá de las Cadenas

Hacer un Houdini es sinónimo de desaparecer, de lograr lo imposible, de escapar cuando todas las vías de escape parecen selladas. La historia del maestro escapista Harry Houdini es bien conocida, pero pocos saben que algunos expertos creen que llevó una vida secreta como espía. O que su lucha contra la superstición y el fraude paranormal le llevó a unir fuerzas con el escritor H.P. Lovecraft y a enfrentarse a un aristócrata español con supuestos superpoderes. ¿Pero quién era realmente el hombre que se escondía tras las cadenas y los candados? ¿Un embaucador, un genio del marketing adelantado a su tiempo, un cruzado obsesivo contra el fraude espiritista? ¿O todo ello a la vez? Para desentrañar este misterio, es necesario separar al hombre del mito.

De Erik Weisz a Harry Houdini: La Primera Metamorfosis

Harry Houdini nació como Erik Weisz en Budapest, la actual capital de Hungría, entonces parte del Imperio Austrohúngaro. Vino a este mundo el 24 de marzo de 1874, siendo el cuarto de siete hermanos. Cuando apenas tenía cuatro años, su familia judía cruzó el Atlántico a bordo del vapor SS Frisia en pos del sueño americano. Se establecieron en Appleton, Wisconsin, donde su padre, el rabino Mayer Sámuel Weisz, esperaba dirigir una nueva congregación, compuesta principalmente por inmigrantes alemanes. La familia, de paso, cambió su apellido a la grafía más americanizada de Weiss.

Durante un tiempo, la familia vivió cómodamente, y el rabino fue una figura respetada en la comunidad. Sin embargo, en 1882, cuando Erik tenía ocho años, su padre fue despedido. Las razones fueron variadas: por un lado, el rabino Weiss era considerado demasiado del viejo mundo para una congregación que buscaba modernizarse; y, por otro, su incapacidad para hablar inglés con fluidez resultó un obstáculo significativo en una comunidad cada vez más americanizada. Algunas fuentes también explican que, a medida que el número de inmigrantes alemanes en esa congregación aumentó, estos prefirieron elegir a un líder de su propia comunidad.

Tras este despido, la familia cayó en la pobreza extrema. Para ayudar en casa, Erik, con apenas ocho años, tuvo que trabajar en la calle vendiendo periódicos y limpiando zapatos. Su infancia estuvo marcada por una lucha constante por la supervivencia. Este fue su primer gran acto de escapismo: una fuga tenaz de la miseria a través de una ambición y una ética de trabajo que lo definirían para siempre.

El mundo del espectáculo le ofreció una salida glamurosa. A los nueve años, el joven Erik ya mostraba una asombrosa agilidad física. Convenció a su madre para que le confeccionara unas mallas rojas y, junto a sus amigos, formó un pequeño circo de barrio. Su debut, el 28 de octubre de 1883, fue como contorsionista y trapecista bajo el nombre artístico de Ehrich, el Príncipe del Aire. También trabajó como aprendiz de cerrajero, lo que le ayudó a adquirir conocimientos que, como veremos, le sirvieron para convertirse en el rey de las esposas. En 1887, a los 13 años, se trasladó con su padre a Nueva York en busca de mejores oportunidades, y más tarde se les unió el resto de la familia.

El momento que realmente cambió el destino del joven llegó cuando leyó un libro en 1890, cuando rondaba los 16 años. Eran las memorias del célebre mago francés Jean-Eugène Robert-Houdin. Erik quedó fascinado por Robert-Houdin, en quien encontró no solo un ídolo, sino un modelo a seguir, un hombre que había elevado la magia de feria a los teatros más prestigiosos. En un acto de audaz apropiación, Erik Weiss decidió adoptar el apellido de su héroe, pero añadiéndole una i al final.

La historia cuenta que un amigo suyo llamado Jacob Hyman le habló de una costumbre en Francia: si se añadía la letra i al final del apellido del mentor, era una forma de mostrar admiración. En realidad, esta supuesta costumbre francesa no existía como tal, pero sirvió para crear uno de los nombres artísticos más famosos de la historia. Además, esa i final facilitaba la pronunciación del nombre para el público de habla inglesa. Así nació Harry Houdini. No fue un simple cambio de nombre; fue el primer acto de construcción de una identidad, la primera piedra en el edificio de su propia mitología.

El Ascenso a la Fama: La Metamorfosis y el Genio del Marketing

Sus comienzos como mago fueron humildes: aunque inicialmente se centró en los trucos de cartas y la magia tradicional, pronto empezó a incorporar pequeños actos de escapismo. Actuaba en los llamados museos de diez centavos y en espectáculos de rarezas, compartiendo cartel con mujeres barbudas y forzudos por un salario ínfimo. Trabajó con uno de sus hermanos menores, Theodore, apodado Dash, Hardeen, y se hacían llamar Los Hermanos Houdini.

En 1894, a los veinte años, su vida personal y profesional dio un vuelco. Conoció a Wilhelmina Beatrice Rahner, conocida como Bess, una joven cantante y bailarina de Coney Island. Ella tenía 18 años. Se enamoraron y se casaron en cuestión de semanas. Bess reemplazó a Dash, el hermano de Houdini, en el escenario. Permaneció como su compañera, asistente y confidente durante el resto de su vida.

Juntos perfeccionaron el número que los catapultaría a la fama: La Metamorfosis. El efecto era tan rápido como asombroso: Houdini era atado, metido en un saco anudado y, finalmente, encerrado en un pesado baúl de madera asegurado con candados. Bess se subía a la tapa del baúl y levantaba una cortina de modo que la cubría por completo durante un instante. Tres palmadas después, era el propio Houdini quien aparecía en su lugar. Y al abrir el baúl, encontraban a Bess en su interior, atada y dentro del saco, tal y como había estado su marido apenas tres segundos antes.

El secreto principal residía en la construcción del baúl. Aunque parecía sólido y podía ser inspeccionado superficialmente, contenía un panel oculto o una sección de la tapa con bisagras. A menudo, un listón de madera en la tapa ocultaba una bisagra, permitiendo que una porción se abriera desde dentro. Houdini era atado, a menudo con las manos a la espalda, y metido en un saco. Sin embargo, las ataduras de las muñecas tenían la holgura justa para que pudiera liberarse rápidamente. Una vez dentro del saco y del baúl, y en cuanto se cerraba la tapa, en cuestión de segundos, Houdini se liberaba de sus ataduras y salía del saco, que estaba atado por un lado pero completamente abierto por el fondo.

Aquí es donde la velocidad y la coordinación con Bess eran cruciales. Bess se subía a la tapa del baúl y levantaba una cortina que la cubría por completo a ella y al baúl. En ese instante de ocultación, Houdini, ya libre dentro del baúl, abría el panel secreto desde el interior y salía, escondiéndose detrás de la cortina o del propio baúl. Simultáneamente, Bess se deslizaba dentro del baúl por el mismo panel. La proeza es aún mayor si consideramos que todo este intercambio ocurría en menos de tres segundos. Una vez dentro del baúl, Bess se metía rápidamente en el saco y se colocaba las ataduras de las muñecas, que Houdini había preparado.

Este truco no era solo una proeza de velocidad y precisión, sino la metáfora perfecta de la vida de su creador. La vida de Houdini consistió en una metamorfosis constante: la transformación de Erik Weiss en Harry Houdini, de un inmigrante pobre a una superestrella mundial, de un mago de cartas al rey de los escapistas y, finalmente, de un artista a un cruzado contra el fraude. Como sugiere Joe Posnanski, autor de The Life and Afterlife of Harry Houdini, el fenómeno de este hombre se basaba en el poder de la imaginación y la autoinvención. El acto de la metamorfosis no fue solo su primer gran éxito; fue la promesa de que cualquier atadura, cualquier baúl, cualquier limitación podía ser superada.

Houdini, además de un maestro del escapismo, fue también un pionero del marketing y la autopromoción. Comprendió el poder emergente de los medios de comunicación mucho antes que sus contemporáneos. Su estrategia era tan simple como brillante. En lugar de pagar por insertar anuncios en la prensa de la época, hacía algo que resultaba más barato y más eficaz para atraer la atención del público: se convertía él mismo en la noticia.

Al llegar a una nueva ciudad, no empapelaba las calles con carteles; en su lugar, lanzaba un desafío público y gratuito. Se presentaba en la comisaría de policía local y retaba a los agentes a encerrarlo en su celda más segura o a inmovilizarlo con sus propias esposas. La prensa, ávida de historias sensacionales, acudía en masa. Houdini, a menudo desnudo para demostrar que no ocultaba ganzúas, era encerrado ante la mirada de reporteros y fotógrafos. Su inevitable fuga se convertía en la portada de todos los periódicos. Según el biógrafo Eduardo Caamaño, Houdini era un gran propagandista y un maestro de la publicidad que supo aprovechar el poder de los medios como nadie. Con toda la ciudad hablando de su hazaña, los teatros se llenaban noche tras noche.

Esta estrategia creó un poderoso círculo de retroalimentación. Los desafíos públicos no eran solo una herramienta de marketing; eran su campo de entrenamiento en el mundo real. Cada nueva cerradura, cada celda diferente, le proporcionaba una vasta experiencia, perfeccionando sus habilidades bajo una inmensa presión. Su creciente destreza le permitía, a su vez, realizar actos promocionales aún más audaces y espectaculares. El marketing alimentaba su habilidad, y su habilidad alimentaba su marketing, en un ciclo que lo impulsó a la cima. Buscando borrar sus orígenes de inmigrante y encajar en el arquetipo del héroe americano hecho a sí mismo, afirmó a partir de 1900 que había nacido en Appleton, Wisconsin, una mentira que mantuvo hasta su muerte en 1926.

¿Un Agente Secreto? La Teoría del Espionaje

Ese mismo año, en 1900, su creciente fama lo llevó a Europa. Pero antes de eso, exploremos una faceta menos conocida de su persona: su carrera como agente secreto. La teoría de que el ilusionista llevaba una doble vida como espía internacional surgió en 2006 con la publicación de un libro escrito por William Kalush y Larry Sloman, titulado The Secret Life of Houdini. Según este libro, el ilusionista fue reclutado por el jefe del Servicio Secreto de los Estados Unidos, John E. Wilkie, en 1898. Además, habría llevado a cabo su primera misión un año después, coincidiendo con una gira por la costa oeste de Estados Unidos y una investigación que el Servicio Secreto realizaba en esa misma zona sobre un caso de falsificación de dólares de plata, materia en la que Houdini había recibido formación, según la investigación de Kalush y Sloman.

Como se ha mencionado, en 1900 Houdini se fue de gira a Europa, donde se autoproclamó El Rey de las Esposas por su habilidad para deshacer cualquier tipo de cerradura. Ese mismo año, demostró sus habilidades para deshacer esposas en la sede de la Policía Metropolitana de Londres, y el superintendente William Melville, una figura clave en la fundación de la inteligencia británica moderna en Scotland Yard, habría presenciado el evento. Melville decidió reclutarlo como agente secreto.

Según esta teoría de espionaje, las aclamadas giras de Houdini por Europa, especialmente sus estancias en Alemania y Rusia en los años previos a la Primera Guerra Mundial, no fueron meramente artísticas, sino que sirvieron de coartada perfecta para misiones de recopilación de inteligencia. La pieza clave en la que se basan Kalush y Sloman es el diario de William Melville, que contiene entradas que mencionan a un HH y la recepción de informes de esta fuente mientras se encontraba en Alemania. Además, el libro destaca la estrecha relación de Houdini con la Asociación Internacional de Jefes de Policía, una organización que le había dado acceso a figuras de alto nivel de las fuerzas del orden, incluido el propio John E. Wilkie.

¿Pero es esta teoría realmente creíble? Es cierto que Houdini poseía un conjunto de habilidades extraordinariamente adecuadas para el espionaje: era un experto mundial en cerraduras, cajas fuertes y todo tipo de mecanismos de seguridad. Su dominio del engaño, la distracción y el arte del escape, combinado con una disciplina física y mental de hierro, lo convertían en un candidato natural para operaciones encubiertas. Además, su fama internacional le daba acceso a los más altos círculos de la sociedad europea, incluida la nobleza y las cortes reales, como la del zar Nicolás II.

Más importante aún, su método de autopromoción, que consistía en desafiar a las fuerzas policiales locales a encerrarlo en sus celdas y esposarlo, le proporcionaba un acceso íntimo y legítimo a comisarías, prisiones e instalaciones de seguridad de todo el continente. Esta era una tapadera perfecta para observar los métodos, el personal y la tecnología policial. El contexto geopolítico de sus giras europeas también refuerza la posibilidad de que esta teoría sea cierta. Sus actuaciones en Alemania y Rusia entre 1900 y 1913 tuvieron lugar durante un período de crecientes tensiones internacionales que culminarían en la Primera Guerra Mundial. Un observador agudo como él en estas naciones era de un valor incalculable para los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses.

Además, era políglota. Dominaba el húngaro, su lengua materna, el yiddish, por sus raíces judías, el inglés y también el alemán, dado que pasó largas temporadas en Alemania y construyó allí las bases de su carrera europea. Debido a sus constantes giras internacionales, es muy probable que tuviera un conocimiento funcional de otros idiomas, como el francés, aunque no con la misma fluidez.

Asimismo, existe un precedente documentado de la voluntad de Houdini de colaborar con el gobierno de los Estados Unidos en asuntos de seguridad. Durante la Primera Guerra Mundial, Harry Houdini, además de actuar como propagandista y recaudador de fondos vendiendo millones de dólares en Bonos de la Libertad, compartió sus conocimientos con las tropas. Impartió a los soldados lecciones gratuitas sobre técnicas prácticas de escape, como liberarse de cuerdas y, muy específicamente, de las esposas alemanas en caso de ser capturados. También ofreció valiosos consejos de supervivencia basados en sus famosos escapes acuáticos, como la forma de mantener la calma y conservar el aire bajo el agua.

Por lo tanto, es plausible pensar que Houdini, con las habilidades, el acceso y el patriotismo necesarios, podría haber sido un agente de inteligencia excepcional al servicio de los gobiernos estadounidense y británico. Sin embargo, entre los principales expertos en Houdini, incluidos el biógrafo Kenneth Silverman y John Cox, creador y principal experto del sitio web Wild About Harry, existe un consenso abrumador de que la teoría carece de pruebas sólidas y se basa en la especulación. La única prueba considerada clave, el diario de Melville, es ambigua en el mejor de los casos: la mención de HH no es concluyente y podría referirse a otra persona de la época con esas iniciales. Los informes mencionados no están detallados; podrían haber sido simples cartas personales, observaciones de la escena del vodevil o incluso chismes, en lugar de informes de inteligencia militar o política. No existe, por tanto, ninguna prueba directa, verificable e inequívoca que respalde la afirmación de que trabajó formalmente para Scotland Yard, el Servicio Secreto de los Estados Unidos o cualquier otra agencia.

El Maestro Indiscutible del Escenario

Volvamos a la faceta de Houdini que es completamente real: la de ilusionista. En 1901, mientras Houdini triunfaba en Alemania como el rey de las esposas, un oficial de policía llamado Werner Graff lo acusó públicamente de fraude. Graff afirmó en un artículo en el Rheinische Zeitung que los escapes de Houdini eran montajes y que sobornaba a los agentes de policía para que le ayudaran a liberarse. En lugar de ignorar la acusación, un indignado Houdini decidió llevar el asunto a los tribunales. Contrató a un prestigioso abogado alemán y demandó a Graff y al periódico por difamación.

El juicio, que tuvo lugar en 1902, atrajo una enorme atención pública. Para demostrar que no era un fraude, el juez le pidió a Houdini que demostrara sus habilidades en la sala del tribunal. Houdini se liberó entonces de las cadenas y cerraduras que le colocaron, ante el asombro de los presentes. En una de las anécdotas más famosas del caso, incluso logró abrir la caja fuerte del juez, aunque más tarde admitiría que el juez se había olvidado de cerrarla con llave.

Houdini ganó el juicio. El oficial Werner Graff fue declarado culpable de difamación, multado y condenado a pagar las costas del proceso. El tribunal también ordenó que se publicara una disculpa formal en los periódicos de Colonia. Esta sentencia fue emitida, como era costumbre en la época, en nombre del Káiser, lo que le dio a Houdini una victoria propagandística aún mayor. Este juicio fue una jugada maestra de relaciones públicas para Houdini. No solo limpió su nombre, sino que su audacia al enfrentarse a la policía alemana y ganar lo convirtió en una verdadera leyenda en toda Europa.

Unos años más tarde, en 1904, se enfrentó en Londres al que sería uno de los mayores desafíos de su carrera, una jugada publicitaria orquestada con el Daily Mirror. El periódico le presentó unas esposas supuestamente invulnerables, un artilugio que, según afirmaban, un cerrajero de Birmingham había tardado cinco años en perfeccionar. El 17 de marzo, en el abarrotado Hippodrome Theatre de Londres, ante 4.000 espectadores y más de 100 periodistas, comenzó el duelo.

Houdini luchó durante más de una hora. La tensión era palpable. Salió varias veces de su cabina de ocultación frustrado. En un momento de puro teatro, cuando le negaron el permiso para quitarse el abrigo, sacó una navaja y, sujetándola con los dientes, se lo arrancó del cuerpo. La leyenda cuenta que su esposa Bess subió al escenario y lo besó, un gesto con el que supuestamente le pasó la llave. Sin embargo, esta historia ha sido desmentida, ya que la llave necesaria medía unos 15 centímetros y no podía ocultarse en un beso.

Finalmente, después de una hora y diez minutos, Houdini emergió, libre. La multitud enloqueció, llevándolo a hombros mientras él, un actor consumado, rompía a llorar de aparente agotamiento. Biógrafos como Kenneth Silverman han argumentado que toda la lucha fue una actuación calculada para maximizar el drama y el impacto mediático. Ya fuera real o una farsa perfectamente ejecutada, el resultado fue el mismo: Houdini había conquistado Londres, y su leyenda se había vuelto indestructible.

Desafíos Mortales: Empujando los Límites de lo Humano

Incluso con su fama consolidada, Houdini necesitaba superar constantemente las expectativas. Ya no bastaba con escapar de esposas y celdas; tenía que enfrentarse al adversario definitivo: la propia muerte. Creó una serie de actos de escapismo que se han convertido en iconos del ilusionismo, actos que jugaban con los miedos más primarios del ser humano: el ahogamiento, la claustrofobia y la caída.

Al realizar el acto llamado La lechera, Houdini era esposado y metido dentro de una gran lechera de metal, similar a las que se usaban para transportar leche, que se llenaba hasta el borde de agua. La tapa se aseguraba con múltiples candados a la vista del público. Se corría una cortina y, mientras la orquesta tocaba música de suspense, un reloj marcaba el paso del tiempo. El público contenía la respiración, imaginando al mago ahogándose en la oscuridad. Momentos después, Houdini aparecía, empapado pero libre, junto a la lechera, que seguía cerrada y con los candados intactos. El secreto, aunque ingenioso, era mecánico: el cuello de la lechera no estaba remachado, sino encajado a presión desde el interior, lo que le permitía salir sin alterar los candados. El genio no estaba en el mecanismo, sino en la presentación que creaba la ilusión de una muerte inminente.

El acto de la camisa de fuerza suspendida es quizás la imagen más perdurable de Houdini. Se trata de una rutina que el ilusionista húngaro popularizó tras visitar un manicomio. Quedó tan impactado al ver a los pacientes luchando dentro de las camisas de fuerza que decidió incorporar este elemento de contención a su espectáculo y lo convirtió en un número de fama mundial. Colgado boca abajo por los tobillos de una grúa, en lo alto de un edificio o un puente, se liberaba de una camisa de fuerza reglamentaria ante miles de personas, paralizando el tráfico. Este acto era una pura demostración de habilidad física y resistencia. Requería una fuerza abdominal y de hombros sobrehumana, una flexibilidad extrema y una técnica precisa para usar la gravedad a su favor, contorsionando su cuerpo para ganar la holgura necesaria para liberarse. Era un espectáculo público, gratuito y a plena luz del día que lo convirtió en un héroe popular, un hombre que desafiaba a las autoridades y a la propia gravedad.

El truco de la celda de tortura china acuática, a menudo presentado como la cúspide de su carrera, fue su obra maestra y su acto más temido. Con los pies sujetos en un cepo de madera, Houdini era bajado cabeza abajo en un tanque de caoba y cristal con paneles de acero, lleno hasta el borde de agua. La tapa, con el cepo, se cerraba con candados desde el exterior. La imagen era aterradora: el mago, invertido e indefenso, sumergido en el agua. Para aumentar la tensión, un asistente permanecía en el escenario con un hacha, supuestamente preparado para romper el cristal si algo salía mal, un puro detalle teatral. El secreto de Houdini residía en su extraordinaria capacidad para contener la respiración durante más de tres minutos, una habilidad que había adquirido mediante una disciplina y un entrenamiento implacables, y una liberación metódica y ensayada de los cepos, que podían manipularse desde dentro. Este acto era el clímax de su espectáculo, una representación teatral de una lucha a vida o muerte.

Y no podemos olvidar el truco de ser enterrado vivo, uno de los más fascinantes y terroríficos de Houdini, precisamente porque no era solo un truco, sino una obsesión que abordó de varias maneras, una de las cuales casi le cuesta la vida. El primer método que intentó fue una brutal prueba de resistencia en condiciones realistas, no un truco de magia. En 1919, durante un ensayo privado, Houdini se hizo enterrar bajo casi dos metros de tierra sin ataúd. Su teoría era que podría cavar para salir, pero subestimó la física más elemental: el inmenso peso de la tierra le impedía expandir el pecho para respirar, y la tierra suelta llenaba cualquier hueco que lograra crear. Aterrorizado y asfixiándose, luchó frenéticamente por su vida, solo para salir a la superficie exhausto y aterrorizado. Esta experiencia fue tan traumática que abandonó por completo esta versión del escape.

La pregunta que persiste es: ¿estaba realmente poniendo en peligro su vida con estos actos? La respuesta es compleja. Como señaló el mago Teller, un artista no puede arriesgar su vida noche tras noche y esperar sobrevivir mucho tiempo. Houdini era un maestro en minimizar el peligro real mientras maximizaba la percepción del peligro. Pasaba horas practicando, conocía cada detalle de sus trucos y mantenía una condición física excepcional. Sin embargo, el riesgo siempre existía, como vimos, por ejemplo, con el truco de enterrarse vivo que realizó en 1915. Asimismo, un error técnico, un calambre muscular o un simple despiste durante un escape acuático podrían haber sido fatales. No era un suicida, sino un atleta e ingeniero del engaño que llevaba su cuerpo y su mente a los límites absolutos. Lo que vendía al público no era la posibilidad de su muerte, sino la certeza de su triunfo sobre ella.

Houdini en Hollywood y la Alianza con Lovecraft

Cuando el vodevil comenzó a ser eclipsado por un nuevo y poderoso medio de entretenimiento, el cine, el artista, siempre un paso por delante, decidió reinventarse una vez más. Para él, la gran pantalla representaba una nueva forma de inmortalidad, un escape no de cadenas o latas de agua, sino del inexorable paso del tiempo.

Su incursión en el cine comenzó en 1918 con The Master Mystery, una serie de 15 episodios que lo convirtió en una de las primeras estrellas de acción de la historia. Aunque los críticos señalaron que su actuación era algo rígida —la cámara exigía un tipo de expresividad que nunca llegó a dominar—, el público quedó fascinado. El público acudía en masa a ver a su héroe escapar de trampas mortales en el cine, desde estar atado a una silla eléctrica hasta quedar atrapado en el fondo del hueco de un ascensor. La serie fue un éxito rotundo y catapultó su fama a un nuevo nivel internacional.

Este éxito le abrió las puertas de Hollywood, donde ya conocía a estrellas como Charles Chaplin y Gloria Swanson. Houdini firmó con el gran estudio de la época, Famous Players-Lasky —que más tarde se convertiría en Paramount Pictures— para protagonizar dos largometrajes. El primero, The Grim Game, estrenado en 1919, está considerado su mejor película. Durante el rodaje, ocurrió un accidente que se convirtió en una leyenda publicitaria: dos aviones chocaron en el aire durante una escena de acrobacias. Aunque era un doble, no Houdini, quien colgaba de la cuerda, la publicidad del estudio utilizó las imágenes reales del accidente para vender la película como la hazaña más peligrosa jamás filmada.

Decidido a tener el control total de sus negocios, un año después, Houdini fundó su propia productora en Nueva York, la Houdini Picture Corporation, con él mismo como presidente, su hermano Hardeen como gerente y el afamado mago Harry Kellar como inversor. Incluso montó su propio laboratorio de revelado de películas. Con la Houdini Picture Corporation, produjo, escribió y protagonizó las dos últimas películas de su carrera: The Man from Beyond, estrenada en 1922, y Haldane of the Secret Service, en 1923.

La trama de la primera, concebida por el propio Houdini, gira en torno a un hombre congelado en el hielo durante 100 años que despierta para reunirse con la reencarnación de su amor perdido. Este tema no era casual. Era un reflejo directo de la fascinación de Houdini por el espiritismo y su amistad con el creador de Sherlock Holmes, Sir Arthur Conan Doyle, quien era un ferviente creyente en la comunicación con los muertos. Apenas unos meses después del estreno de la película, la amistad entre Houdini y Doyle se rompió por completo, y fue precisamente por motivos sobrenaturales.

En 1924, el camino del ilusionista se cruzó con el del maestro del terror literario H.P. Lovecraft. Ese año, la legendaria revista pulp Weird Tales se encontraba en una situación financiera desesperada, acuciada por importantes deudas. Su fundador, el periodista J.C. Henneberger, ideó una estrategia brillante: asociar la revista con la mayor superestrella del entretenimiento mundial, nada menos que Harry Houdini. Henneberger, conocedor de las aspiraciones literarias de Houdini, le propuso una colaboración de ficción con un talentoso pero entonces poco conocido escritor de Providence, Rhode Island, a quien consideraba el heredero de Poe. Su nombre era H.P. Lovecraft.

Atraído por la oportunidad de trabajar con un escritor de calibre y pulir sus credenciales literarias, Houdini aceptó la propuesta sin siquiera conocer a Lovecraft en persona. Su primera colaboración fue un relato conocido como Bajo las pirámides o Prisionero de los faraones, publicado en la edición de mayo-junio-julio de 1924 de la revista. El proceso creativo fue singular. Houdini proporcionó la anécdota básica: un supuesto escape real que había vivido en Egipto, donde fue secuestrado y arrojado a un pozo bajo la Gran Esfinge de Guiza. Lovecraft fue contratado como escritor fantasma por la suma de 100 dólares, un factor de motivación clave para el escritor, que a menudo se encontraba en apuros económicos.

Henneberger permitió a Lovecraft tomarse las libertades artísticas que deseara, por lo que el escritor procedió a transformar la simple historia de escape en una obra maestra de su propio estilo. El resultado fue una narración en primera persona que, aunque contada desde la perspectiva de Houdini, está impregnada del horror cósmico característico de Lovecraft. El relato trasciende el mero escapismo físico para convertirse en un descenso a la locura, con visiones de entidades antiguas, híbridos momificados de hombre y bestia, y la revelación final de que la Esfinge es solo la representación de una deidad monstruosa de tamaño incomprensible que yace bajo el desierto. El relato fue un éxito rotundo y sentó las bases para futuros proyectos.

La Cruzada Final: La Guerra contra el Espiritismo

Tras la muerte de su madre, Cecelia, en 1913, a la que adoraba con devoción, Houdini intentó llenar el inmenso vacío que ella dejó con una nueva y feroz obsesión: una cruzada implacable contra aquellos que, a su juicio, se lucraban con el dolor de quienes habían perdido a sus seres queridos. Esta no fue una simple reacción a su propio duelo; fue la canalización de toda su personalidad obsesiva en una misión para proteger la memoria de su madre y al público vulnerable de los médiums fraudulentos.

La leyenda popular, a menudo repetida en películas y documentales, cuenta que Houdini comenzó su cruzada contra el espiritismo por el dolor de no poder contactar con su amada madre fallecida. Sin embargo, la verdad histórica es más compleja. Su escepticismo hacia los médiums se remontaba a mucho antes. Ya en su juventud, cuando trabajaba en ferias, había observado cómo algunos espiritistas eran capaces de simular fenómenos paranormales. Su campaña pública a gran escala no comenzó inmediatamente después de la muerte de Cecelia en 1913. De hecho, pasaron casi diez años antes de que se convirtiera en el azote de los médiums.

El verdadero detonante de esta guerra total fue su enfrentamiento con una de las mentes más célebres de la época, el ya mencionado Sir Arthur Conan Doyle. La amistad entre el creador del ultrarracional Sherlock Holmes y el maestro del escapismo es una de las ironías más fascinantes de la historia cultural. Conan Doyle, devastado por la pérdida de su hijo en la Primera Guerra Mundial, se había convertido en un devoto creyente y el más famoso defensor del espiritismo.

El punto de ruptura final entre ambos se produjo durante una visita de los Doyle a Estados Unidos en 1922. Lady Jean Doyle, la esposa del escritor, que afirmaba ser médium, se ofreció a realizar una sesión de espiritismo para contactar con la madre de Houdini. En un estado de trance, produjo quince páginas de escritura automática, supuestamente un mensaje de Cecelia desde el más allá. La carta estaba llena de bendiciones maternales y sentimentalismo vago. Houdini, por cortesía, agradeció el gesto en el momento, lo que Doyle interpretó como una conversión. Sin embargo, días después, el ilusionista expuso públicamente el fraude con dos argumentos devastadores. Primero, el mensaje estaba escrito en un inglés perfecto, un idioma que su madre, de origen húngaro, apenas hablaba y en el que no sabía escribir. Segundo, y más contundente, en la parte superior de la primera página había dibujado una cruz, un símbolo completamente ajeno a la devota fe judía de la esposa de un rabino. La amistad se hizo añicos y comenzó la guerra entre ambos.

Houdini se convirtió en un cazador de fantasmas profesional, dedicando la última etapa de su vida a desenmascarar lo que consideraba un fraude cruel. Asistía a sesiones de espiritismo disfrazado de anciano frágil o de intelectual con gafas para no ser reconocido y observar los trucos de primera mano. Utilizaba sus vastos conocimientos de ilusionismo para replicar y luego denunciar los métodos de los médiums: mesas que levitaban con hilos invisibles, trompetas que flotaban en la oscuridad, apariciones de ectoplasma, que a menudo resultaba ser una mezcla de gasa, clara de huevo y otros materiales.

Un notorio enfrentamiento de Houdini en esta cruzada involucró a un aristócrata español: Joaquín María Argamasilla, marqués de Santacara. Este joven había alcanzado gran fama en España tras afirmar poseer una habilidad sobrenatural: una visión de rayos X que le permitía leer textos dentro de cajas cerradas o ver la hora en un reloj de bolsillo a través de su tapa metálica, todo ello con los ojos vendados. Su caso generó un enorme interés. Un año después, en mayo de 1924, Argamasilla viajó a Estados Unidos para una gira. Pero allí le esperaba un gran escéptico: Harry Houdini, que estaba decidido a desenmascararlo.

El ilusionista, con su conocimiento enciclopédico de los trucos de prestidigitación, asistió a varias de sus demostraciones y descubrió rápidamente el engaño. Demostró que Argamasilla utilizaba técnicas sutiles para levantar ligeramente la venda de los ojos o aprovechar pequeñas rendijas en las cajas para ver el interior. Estaba tan decidido que incluso publicó un panfleto detallando los métodos fraudulentos del español. La controversia resonó enormemente en la prensa española, que mostró reacciones encontradas. Este episodio no fue solo una victoria para Houdini en su guerra contra el fraude: también demostró que su fama e influencia eran tan grandes que sus acciones generaban debates a ambos lados del Atlántico.

El Acto Final: Un Muerte Rodeada de Misterio

En 1926, tras el éxito de su colaboración con Lovecraft, ambos se embarcaron en un proyecto mucho más ambicioso: un libro de no ficción titulado El Cáncer de la Superstición. El propósito del libro era una refutación racionalista de las supersticiones a lo largo de la historia. Para Houdini, era la culminación de su cruzada pública; para Lovecraft, un materialista y ateo convencido, el proyecto era una oportunidad de defender una visión del mundo basada en la razón. La estructura de trabajo era una colaboración a tres bandas: Houdini proporcionaría notas e ideas principales, Lovecraft crearía un esquema detallado y un amigo común, el escritor Clifford M. Eddy, Jr., se encargaría de la redacción principal del manuscrito. Pero una tragedia imprevista detuvo el proyecto en seco.

En octubre de 1926, la gira artística de Houdini lo llevó a Montreal. Mientras descansaba en su camerino del Princess Theatre, fue visitado por un estudiante de arte llamado J. Gordon Whitehead. El joven le preguntó si era cierto que su abdomen podía resistir cualquier golpe. Antes de que el ilusionista, que estaba tumbado en un sofá, pudiera prepararse tensando los músculos abdominales, Whitehead le propinó varios puñetazos potentes. Houdini disimuló el intenso dolor y, con su terquedad característica, continuó sus actuaciones durante los días siguientes, a pesar de una fiebre creciente y un malestar agudo.

La leyenda, inmortalizada en el cine, afirma que esos golpes mataron a Houdini. La realidad médica, sin embargo, es más precisa. El consenso entre biógrafos y expertos médicos es que los puñetazos no causaron directamente la rotura de su apéndice. Lo más probable es que Houdini ya padeciera una apendicitis no diagnosticada, y el traumatismo abdominal la agravó, provocando su rotura. El verdadero culpable de su muerte fue su propia voluntad de hierro, su negativa a ceder ante el dolor. Durante décadas, había entrenado su mente y su cuerpo para ignorar las señales de peligro. Cuando su cuerpo le envió la señal más urgente y legítima de todas, su mayor fortaleza se convirtió en su defecto fatal. Se negó a buscar atención médica inmediata, obligándose a actuar con fiebre alta y soportando un sufrimiento atroz.

Finalmente se desplomó en el escenario y fue hospitalizado en Detroit. Pero ya era demasiado tarde. La infección se había extendido por su cuerpo, provocando una peritonitis generalizada que, en la era anterior a los antibióticos, era irreversible. A los 52 años, Harry Houdini, el hombre que había escapado de todo, fue finalmente derrotado por los límites de su propio cuerpo. Sus últimas palabras a su hermano Theodore fueron: Estoy cansado de luchar. Supongo que esto me va a vencer.

Es una poderosa ironía que Harry Houdini, quien dedicó sus últimos años a desenmascarar a falsos espiritistas, muriera en la madrugada del 31 de octubre de 1926, la noche en que, según la tradición, la frontera con el más allá es más delgada. La teoría de que fue envenenado por espiritistas vengativos, popularizada por biógrafos como Kalush y Sloman, sigue siendo una hipótesis controvertida que añade otra capa de misterio a su final, pero carece de pruebas concluyentes. Según esta hipótesis, un grupo de espiritistas conspiró para asesinarlo. Se postula que Houdini fue envenenado, probablemente con un veneno de acción lenta como el arsénico, cuyos síntomas podrían haberse confundido fácilmente con los de la apendicitis y la peritonitis. Esta teoría recibió un gran impulso mediático en 2007 cuando un sobrino nieto de Houdini se unió al llamamiento de Kalush y Sloman para exhumar el cuerpo del mago, aunque la exhumación finalmente no se llevó a cabo.

El Último Truco: La Inmortalidad

Incluso en la muerte, Houdini, el gran escéptico del espiritismo, planeó un último desafío, un experimento final para poner a prueba la veracidad de los médiums. Acordó un código secreto con su esposa, Bess, una serie de diez palabras que solo ellos dos conocían. Si un espiritista, después de su muerte, lograba comunicarle ese mensaje exacto, sería una prueba irrefutable de que había vida en el más allá. Las palabras del código eran una frase cifrada: Rosabelle – responde – dí – reza responde – mira – dí – responde responde – dí. Rosabelle era el nombre de la canción que Bess cantaba en su número cuando se conocieron, un detalle íntimo y personal. El mensaje decodificado, usando un sistema que habían empleado en sus actos de mentalismo, era simple y conmovedor: Rosabelle, cree.

Durante diez años, cada 31 de octubre, aniversario de su muerte, Bess celebró una sesión de espiritismo, esperando fielmente el mensaje de su amado Harry. Miles de médiums lo intentaron, pero ninguno logró comunicar el código correcto. La última sesión tuvo lugar en la azotea del Hotel Knickerbocker de Hollywood en el Halloween de 1936. Al final infructuoso del evento, Bess apagó simbólicamente una vela que había ardido junto a un retrato de Houdini durante una década y declaró solemnemente que diez años era tiempo suficiente para esperar a cualquier hombre, que su última esperanza se había ido y que no creía que Houdini pudiera volver jamás.

Este pacto, sin embargo, fue la última y más brillante jugada de marketing de Houdini. Al morir en Halloween y establecer este desafío póstumo, se aseguró de que, durante una década, su nombre volviera a los titulares de todo el mundo cada 31 de octubre. Mantuvo viva su leyenda, en el centro del debate público. Su muerte no fue el fin de su carrera, sino la preparación para su siguiente gran acto: la inmortalidad a través de la memoria colectiva. Un truco que ha funcionado a la perfección.

El verdadero legado de Harry Houdini no son los secretos de sus trucos, la mayoría de los cuales han sido revelados, sino su nombre, que se ha convertido en un símbolo universal de escape y superación. Como explica Joe Posnanski en su libro, el impacto duradero de este mago inmortal reside en lo que representa: la transformación del inmigrante pobre en el primer superhéroe de América, la encarnación de la idea de que ninguna atadura, ya sea física, social o económica, es permanente. Houdini demostró que los límites están hechos para ser desafiados.

Al final, el mayor truco de Houdini no fue escapar de una celda de tortura acuática o hacer desaparecer un elefante. Su mayor ilusión, la que perdura hasta nuestros días, fue forjar una leyenda tan sólida, tan indestructible, que ni la propia muerte pudo encadenarla. Erik Weiss murió en un hospital de Detroit en 1926, pero Harry Houdini… Harry Houdini nunca se fue.

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