En las brumosas tierras de Misiones, Argentina, el tiempo pareció detenerse en enero de 2017. El cuerpo de Diego Anger fue encontrado en una ruta solitaria, su vida silenciada por el eco de varios disparos. La policía se enfrentó a un muro de silencio, un crimen sin pistas ni sospechosos. El caso se habría enfriado, convirtiéndose en otra estadística olvidada, de no ser por un susurro proveniente de un lugar que la lógica no puede alcanzar. Una joven de tan solo catorce años se presentó ante las autoridades, afirmando que el propio espíritu de Diego le había hablado desde el más allá. Con una claridad escalofriante, señaló nombres, describió la brutalidad del crimen y ofreció detalles que solo los implicados podrían conocer. La policía, movida por una mezcla de escepticismo y desesperación, decidió escuchar e investigar. Sorprendentemente, cada palabra del espíritu resultó ser cierta. La justicia, que parecía inalcanzable en el plano terrenal, fue finalmente servida gracias a un puente tendido entre dos mundos por una persona con un don extraordinario.
Este fenómeno, lejos de ser un caso aislado, nos abre una puerta a una realidad que coexiste con la nuestra, una dimensión poblada por aquellos que han partido pero que, en ocasiones, se niegan a guardar silencio. En este artículo para Blogmisterio, nos adentraremos en las profundidades de este enigma de la mano de una médium real, una mujer cuyos sentidos perciben lo que para nosotros es invisible. Su nombre es Salomé, y su vida es un testimonio viviente de que la muerte no es el final, sino una transformación.
Salomé se define a sí misma como tarotista, vidente, médium y sanadora espiritual. Su trabajo, sin embargo, trasciende las etiquetas. Ella es un faro de luz en la oscuridad, una guía para las almas perdidas y un consuelo para los corazones rotos. Su conexión no es con fuerzas sombrías, sino con la energía de los ángeles y la luz universal. Ella no se considera una angéloga, pero su práctica está firmemente anclada en la benevolencia, en ayudar a las almas a trascender y a los vivos a sanar. Esta vocación no es una elección reciente, sino un legado ancestral, una herencia que corre por sus venas. Proviene de un linaje de mujeres sabias, mujeres que en épocas pasadas eran llamadas brujas, una palabra que, despojada de su connotación negativa, significa mujer sanadora, mujer de conocimiento. Desde muy pequeña, Salomé supo que era diferente, y hoy, habiendo aceptado su destino, dedica su existencia a ayudar a incontables personas a encontrar su camino.
Toda historia de un don extraordinario tiene un comienzo, un instante en el que la realidad se quiebra y revela algo nuevo. Para Salomé, este despertar no fue un evento súbito, sino un goteo constante de experiencias que se remontan a su más tierna infancia. Desde que tiene memoria, veía personas que los demás no podían ver. Para ella, eran tan reales como cualquier otro ser humano. Sin embargo, sus padres, movidos por el miedo y el deseo de protegerla de un camino que sabían lleno de dificultades y escepticismo, intentaron suprimir su don. Este legado provenía de su abuela paterna, y sus padres no querían que su hija cargara con ese peso. La llevaron a psicólogos y a terapias, buscando una explicación lógica para lo que a todas luces era ilógico: una niña que mantenía conversaciones animadas con paredes vacías o con el aire libre. Pero Salomé no hablaba sola; ella hablaba con ellos, con las almas que permanecían en este plano.
Aunque las visiones la acompañaron siempre, el verdadero desarrollo de su don se manifestó con una fuerza inusitada entre los quince y los dieciséis años. En aquel entonces, su familia vivía en una casa antigua, de esas construcciones lúgubres cuya atmósfera densa y cargada parece susurrar historias de antaño. Los sucesos extraños eran habituales, pero un día, la presencia se hizo innegable. Un niño pequeño comenzó a aparecer en la casa. Salomé lo veía con total claridad: un niño hermoso de cabello rubio, ojos azules y piel pálida, vestido con un overol azul y una camisa blanca, ya algo percudida por el tiempo. Parecía un niño de otra época, quizás europeo. Nunca le habló, ni una sola palabra, pero su presencia era un grito de auxilio silencioso.
El niño no era un espectro pasivo. Interactuaba con el mundo físico de maneras que desafiaban toda explicación. Realizaba travesuras que no eran aleatorias, sino pistas, un macabro juego de migas de pan que la guiaban hacia una verdad oculta. Rompía objetos físicos, como unas gafas, y dejaba los trozos esparcidos por el camino que él recorría, como si trazara un mapa. En una ocasión, se paró frente a un gran jarrón de cerámica. Salomé, sintiendo su angustia, le preguntó qué necesitaba, cómo podía ayudarlo. En respuesta, el niño empujó el jarrón, que se estrelló contra el suelo en mil pedazos. Luego, tomó uno de los fragmentos afilados y lo llevó hasta la habitación de Salomé, la última al fondo del pasillo, un lugar sin escapatoria. Allí, sobre su cama, encontró el trozo de vidrio manchado con sangre. Sangre real, física, un líquido hemático que no debería haber estado allí.
Este evento fue el punto de inflexión. Su padre, que hasta entonces había mantenido una postura escéptica, no pudo seguir negando la evidencia. Algo muy extraño estaba sucediendo en esa casa. No solo era el vidrio ensangrentado; a menudo, aparecía tierra en la cama de Salomé, un rastro más del pequeño espíritu. Desesperados, sus padres decidieron buscar ayuda. Trajeron a un sacerdote y a otra médium, una mujer experimentada en estos asuntos.
La llegada de los expertos intensificó la actividad paranormal, como si el niño quisiera asegurarse de que su presencia fuera sentida. El poltergeist más aterrador que Salomé ha vivido ocurrió en ese momento. Los muñecos que tenía colgados en la pared de su habitación comenzaron a girar en el aire, danzando en un carrusel macabro, como si unas manos invisibles estuvieran jugando con ellos. La médium, al entrar en la casa, confirmó sus sospechas: aquí hay algo raro, a este niño le hicieron daño. En un momento de profunda conexión, la médium abrazó a Salomé. Fue entonces cuando algo se abrió en la mente de la joven. Una voz susurrante le habló al oído, diciéndole que el niño estaba en su habitación. La médium entró en el cuarto y el impacto energético fue tan brutal que se desmayó.
El sacerdote, por su parte, fue claro: la niña no necesita un exorcismo, no es ella la que está enferma, es la casa. Les urgió a abandonar el lugar cuanto antes. Tres días después, la familia se había mudado. La historia, sin embargo, no terminó ahí. Seis meses más tarde, la dueña de la casa, una amiga de la madre de Salomé, finalmente vendió la propiedad. Iban a demolerla para construir un edificio. Durante la demolición, los trabajadores hicieron un descubrimiento espeluznante. Enterrados bajo los cimientos de lo que había sido la habitación de Salomé, encontraron los restos óseos de un niño pequeño, abrazado a los de una mujer, su madre. Llevaban allí décadas. La voz que le habló a Salomé no era otra que la de la madre, pidiendo ayuda para su hijo a través de la única persona que podía escucharla.
Ese día, Salomé comprendió la naturaleza de su destino. Estaba condenada, o bendecida, a ver siempre a las personas del otro plano. El miedo a no ser creída, a revivir el aislamiento de su niñez, la invadió. Fue entonces cuando un maestro espiritual la guió, ayudándola a entender y a canalizar sus dones. Le explicó que no solo era médium, sino también vidente, y que poseía la capacidad de leer los oráculos. A pesar del miedo inicial, de la carga social que estigmatiza estas prácticas como brujería, Salomé comenzó un largo camino de autoaceptación. Estudió medicina y enfermería, una elección que, vista en retrospectiva, parece predestinada. Su deseo de sanar a los vivos la acercó aún más al umbral entre la vida y la muerte.
En su trabajo como enfermera, su don se convirtió en una herramienta invaluable. Veía más allá del dolor físico de sus pacientes; veía el dolor de sus almas. Al canalizar una vía para un paciente, no solo cumplía con un procedimiento médico, sino que se conectaba con su esencia, con sus miedos y esperanzas. Fue en los pasillos de una clínica donde tuvo su primer contacto consciente y directo con un alma que acababa de trascender.
Una noche de turno, se sentó a hablar con un joven de unos veinte años que padecía leucemia. Sentía una conexión especial con él. Él la llamaba «Monita» y siempre le decía que ella era su sol. Esa noche, él le tomó la mano, le acarició la cara y le dijo palabras que se grabaron a fuego en su memoria: que nunca olvidara lo linda que era y que podía ser dueña del mundo. Le pidió un abrazo. Cuando Salomé lo abrazó, sintió un frío glacial recorrer su cuerpo. En ese instante supo que él se iba. Pero la realidad era aún más impactante: él ya se había ido. Había estado conversando con su espíritu, que se había quedado para despedirse.
Esta experiencia le enseñó a diferenciar a los vivos de los que han trascendido. Hoy en día, puede percibir su energía, un aura de luz o de oscuridad que los envuelve. A diferencia de la creencia popular de que los espíritus tienen los ojos perdidos o sin brillo, Salomé los ve tal como eran en vida, completamente sólidos y reales. La única excepción son las almas de aquellos que se quitaron la vida. A ellos los ve de una forma perturbadora, como una imagen pixelada, como una videollamada con mala señal que se descompone en cuadritos. Su aura es negra, densa, y de ellos emana un dolor insoportable. Estas almas, explica, quedan atrapadas en un limbo, un espacio entre mundos del que es muy difícil sacarlas.
Ayudar a estas almas es una de las tareas más complejas y emocionalmente agotadoras de su trabajo. Recuerda el caso de un joven llamado Diego, cuya madre la buscó desesperada. El chico estaba siendo atacado por entidades demoníacas, sufría de depresión y ansiedad, y una ruptura amorosa había sido el golpe final. Salomé trabajó con él durante cinco meses, logrando mantenerlo estable. Hablaban a diario, ella le daba pautas, lo guiaba. Pero un día fatídico, ella estaba ocupada y no pudo contestar su llamada. Dos horas después, la madre le escribió: Diego ya no está.
El peso de esa llamada no contestada fue una carga inmensa para Salomé. Aunque sabe que la decisión final fue de él, la culpa es un fantasma persistente. Cuando finalmente pudo contactar su espíritu, lo encontró en un estado desolador. Él le confirmó que le habían hecho brujería, que los demonios lo atormentaban buscando su alma. Se encontraba en un lugar oscuro, silencioso, inmóvil y asustado, sin saber qué le depararía el destino. Salomé, junto a la madre del joven, realizó un ritual de luz para pedir por su alma. El esfuerzo dio frutos. En un contacto posterior, lo vio rodeado de un aura brillante, en paz. Él le agradeció y le describió el lugar donde se encontraba, un sitio lleno de flores blancas, árboles y niños con alas, ángeles. Le dijo que no se sintiera culpable, que fue su decisión, y se despidió para siempre.
La justicia, sin embargo, tiene sus propios caminos. La investigación sobre la brujería reveló que la exnovia había sido la responsable. Había realizado un entierro, un amarre oscuro con la intención de enloquecerlo para que no estuviera con nadie más si no era con ella. Al limpiar el trabajo, la energía negativa se revirtió. Poco tiempo después, la exnovia fue atropellada por un coche. Sobrevivió, pero quedó en un estado vegetativo, una consecuencia directa del mal que había desatado.
La descripción del más allá que Diego le ofreció coincide con la de muchas otras almas que Salomé ha contactado. Hablan de un lugar de paz, a menudo con flores, girasoles, mariposas y la presencia de ángeles que los cuidan. Algunos incluso han descrito la presencia de animales, especialmente perros, esperando para guiar a sus dueños. Para Salomé, los animales son ángeles de cuatro patas, seres de pura bondad cuya alma no está corrompida.
La propia vida de Salomé ha estado marcada por la cercanía con la muerte, no solo a través de su don, sino por sus propias batallas personales. Una enfermedad, un accidente y una tragedia familiar han agudizado su percepción, haciendo su canal con el otro lado aún más claro. Convivir a diario con la fragilidad de la vida, viendo a sus compañeros de diálisis partir, le ha enseñado a entender la muerte como un proceso natural, un descanso. No le teme a su propia muerte, sino al dolor que su ausencia podría causar en sus hijos.
Su experiencia más dolorosa y transformadora fue la pérdida de su propia hija, un ángel que ahora la cuida desde el cielo. Falleció en un trágico accidente doméstico, un evento que sumió a Salomé en la más profunda oscuridad y que, paradójicamente, la obligó a encontrar su propia luz y su fuerza interior. Fue un sacrificio que la hizo abrir los ojos y darse cuenta de su capacidad para salir adelante sola y para convertir su dolor en un motor para ayudar a otros. Su hija, a quien sigue viendo y sintiendo, le ha contado que está en un lugar hermoso. Ha crecido en el otro plano, y su energía es tan fuerte que a menudo se manifiesta en el mundo físico, moviendo objetos, prendiendo televisores o incluso escribiendo mensajes de amor a través de las aplicaciones de la televisión, un consuelo y una prueba irrefutable de que el amor trasciende la barrera de la muerte.
El camino de una médium no está exento de adversarios. Salomé se enfrenta a diario no solo al escepticismo, sino también a la charlatanería de aquellos que convierten el don en un circo para estafar a personas vulnerables. Relata el caso de un taxista que, al escucharla hablar por teléfono sobre velas y rituales, detuvo el coche en medio de la noche, desesperado. Llevaba ocho meses siendo engañado por una falsa vidente que le había quitado una suma considerable de dinero con la promesa de hacer volver a su esposa, amenazándolo con devolverle el trabajo si no seguía pagando. Salomé advierte que un trabajo espiritual real debe mostrar resultados en el transcurso de un mes, y que nadie debe pedir más dinero bajo amenazas.
Pero más allá de los estafadores, existe una oscuridad real y tangible. Salomé no solo ve espíritus humanos y ángeles; también ve demonios. Los describe como bultos de energía oscura y fea, a menudo con rasgos grotescos como cuernos. Estas entidades no son meras espectadoras; buscan activamente hacer daño. Una de sus experiencias más aterradoras ocurrió durante un recorrido paranormal en una emisora de radio. Aunque ella no estaba físicamente en el lugar de la investigación, los guiaba a distancia gracias a su videncia. Podía ver a los demonios que habitaban el lugar, una legión de ellos. Les advertía a los investigadores segundos antes de que fueran atacados.
Escuchaba la voz del demonio principal, una voz que le hablaba directamente a ella a través de los audífonos, amenazando con hacerles daño si no se iban. La actividad poltergeist fue brutal: timbres que sonaban sin existir, puertas que se golpeaban con una violencia extrema. Una de las locutoras fue poseída momentáneamente, su rostro transformado por la entidad. El demonio usaba la fachada de una niña pequeña para atraer a sus víctimas, una táctica de engaño común en el mundo demoníaco. La noche culminó con un ataque físico a uno de los chicos del equipo, que fue arrojado por las escaleras por una fuerza invisible. Fue una demostración palpable de que jugar con estas fuerzas puede tener consecuencias fatales.
La interacción física no se limita a los demonios. En una ocasión, durante una canalización, el espíritu de un joven le pidió que estirara las manos. Al hacerlo, sintió cómo unas manos invisibles pero firmes la agarraban y apretaban. El espíritu le dijo que era una prueba de la fuerza de su don y que solo quería darle un último abrazo a su madre. Salomé accedió a ser su canal. El espíritu entró en su cuerpo, y a través de ella, la madre pudo sentir el abrazo de su hijo por última vez. La experiencia la dejó exhausta, pero con la certeza de haber facilitado un momento de sanación invaluable.
La veracidad de sus contactos se confirma una y otra vez a través de información que sería imposible que ella conociera. Antes de una sesión, pide a sus clientes que no le den ningún detalle, solo el nombre y la fecha de fallecimiento de la persona a contactar. Esto le permite recibir la información de forma pura, sin contaminación. Empieza a ver cómo falleció la persona, qué le gustaba, detalles íntimos de su vida, y solo cuando el cliente confirma la exactitud de esta información, establece el contacto directo. Ha ayudado a almas a revelar a sus familias dónde habían escondido dinero para que no pasaran apuros económicos, mensajes que han cambiado vidas y han demostrado que, incluso después de la muerte, el amor y la preocupación por los seres queridos persisten.
Durante nuestra conversación, la energía en la habitación era palpable. Salomé percibió una entidad negativa adherida a una de las personas presentes, una energía pesada que le estaba robando la vitalidad, probablemente recogida en alguna de las investigaciones paranormales. Este tipo de adherencias, explica, son comunes cuando se visitan lugares cargados. Aconseja a las personas que sienten un cansancio inexplicable o una oscuridad en su hogar que busquen ayuda profesional, ya que no siempre basta con prender una vela. Aunque una vela blanca, azul o lila puede ayudar a limpiar energías superficiales, cuando algo se instala, se necesita un trabajo más profundo. Sin embargo, su consejo más importante es preventivo: si sientes que un lugar, una relación o un trabajo no es para ti, si tu intuición te grita que salgas de ahí, hazlo. Esas energías negativas se condensan y pueden llevar a tragedias.
Su trabajo la ha puesto en situaciones moralmente complejas. Una mujer le ofreció una fortuna para que, a través de la magia, le quitara la vida a su esposo. Salomé se negó rotundamente, especialmente después de ver en su consulta que el hombre era en realidad la víctima de un maltrato psicológico atroz. La mujer, enfurecida, buscó a otro brujo que sí cumplió su deseo. El conocimiento del mal existe, pero Salomé se niega a usarlo.
Esta negativa a colaborar con la oscuridad le ha traído enemigos peligrosos. Un santero, al que se negó a ayudar a entrar en una emisora de radio, la amenazó directamente: le dijo que la iba a destruir, que le enviaría dos muertos para arruinarle la vida y quitarle lo que más amaba. Y lo cumplió. En su casa comenzaron a suceder fenómenos aterradores: moho negro y corrosivo que aparecía en las paredes de la noche a la mañana, plagas de insectos inexplicables. Sufrieron un accidente de coche espantoso en el que una de sus hijas casi muere. Vio a un ángel proteger a su hija en el último segundo. Pensó que la tragedia ya había pasado, bajó la guardia, y fue entonces cuando ocurrió lo impensable con su otra hija.
Aunque la rabia y el deseo de venganza la invadieron, se negó a devolver el ataque. Entendió que entrar en una guerra de brujos es un ciclo de destrucción sin fin. Confía en el karma y en la protección de sus ancestros. Se protegió con la ayuda de otros practicantes de la luz y se ha enfocado en su misión: transformar la oscuridad. Acepta casos de personas malas, criminales y políticos, no para cumplir sus oscuros deseos, sino para intentar cambiar su mentalidad, para mostrarles que hay otro camino. Su mayor satisfacción es lograr que una persona que se consideraba «basura» redescubra su valor como ser humano. Logró sacar a un joven de una vida de delincuencia justo la noche antes de que cometiera un robo que lo habría enviado a la cárcel por años.
En un momento de la conversación, la energía de un hombre se hizo presente. Quería hacer contacto. Le mencioné el nombre de un amigo muy querido que había partido recientemente. Salomé cerró los ojos y su rostro cambió. Sí, es él, me dijo. Me transmitió un mensaje tan personal y preciso que las lágrimas fueron inevitables. Me dijo que mi amigo estaba conmigo, que me llevaba en su mente y corazón. Mencionó cosas que habíamos vivido, detalles que solo nosotros dos conocíamos. Me dijo que yo le había ayudado mucho, pero que la vida es así. Y me dio las gracias. Fue un regalo, una despedida que nunca pude tener y que, a través de ella, finalmente llegó, trayendo una paz inmensa a mi alma.
La historia más conmovedora que Salomé comparte es la de su propio hijo, Francisco. Nació prematuro, a los siete meses, sin signos vitales. Durante veinte minutos, los médicos intentaron reanimarlo sin éxito. Cuando estaban a punto de declararlo fallecido, Salomé imploró un último intento. Un soplo de aire con un ambú y el bebé lloró, un llanto débil pero milagroso. Los días siguientes fueron críticos. El niño sufrió dos paros respiratorios más, y los médicos le dieron un diagnóstico devastador: si sobrevivía, quedaría con parálisis cerebral debido a la falta de oxígeno en el cerebro.
Pero Salomé escuchaba una voz interior que le decía que no les creyera, que solo orara. No pidió, decretó. Decretó que su hijo sería un niño sano. Mientras, su otro hijo de tres años, Gabriel, le decía con una inocencia sabia: No te preocupes, mamita, San Gabriel Arcángel está con él. Contra todo pronóstico, Francisco comenzó a mejorar. A los ocho días, le dieron el alta, completamente sano. Creció como un niño hiperactivo y lleno de vida. Un día, a los cinco años, su padre, un pianista, lo escuchó tocar en el piano la compleja sonata que él mismo estaba practicando. El niño, que aún no sabía leer letras, podía leer partituras a la perfección.
Hoy, Francisco es un niño prodigio del piano en Colombia, un testimonio viviente del poder de la fe y la palabra. Salomé cree que es un alma reencarnada, y en fotos y videos del niño tocando, se pueden ver reflejos de unas manos que no son las suyas, sino las de un hombre mayor.
La vida de Salomé es un tapiz tejido con hilos de luz y de sombra, de dolor y de milagros. Su historia nos enseña que el mundo es mucho más de lo que vemos, que la comunicación con aquellos que amamos no termina con la muerte, y que incluso en la más profunda oscuridad, una sola persona que cree en la luz puede marcar la diferencia. El misterio no está en si existe o no otro lado, sino en nuestra capacidad para escuchar los susurros que nos llegan desde allí.
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